(texto inspirado en escultura del Parque de los Caobos. (Caracas, Venezuela)
La cabeza en medio de un estanque permanecía como un trofeo del cielo con la mirada siempre hacía éste. Surcada por grietas y años de erosión.
Se cuenta que un ángel impávido desafío al cielo y fue herido en combate. Como castigo éste fue condenado a una vista perenne del sitio de donde había sido expulsado.
Las grietas eran producto de sus lágrimas y el agua del estanque también provenía de éstas. Sus ojos se habían cegado con el tiempo, pero esto era más un consuelo que una tortura, pues se había permitido soñar de nuevo.
Portal
Después de meses de vagar entre ductos, basura electronica, estructuras y armatostes que componían parte de la nave donde estaba emplazada la ciudad. Al fin daban con la Bodisatva femenina: Mil historias corrían en torno a su rostro sereno y profundo. Se contaba que era capaz de obrar milagros así como de devorarte si te consideraba un ser indigno de su gracia. Pero la gente siempre exageraba las cosas llevándolas hasta el límite de lo irrisible. Igual estaban ahí pese a cualquier autosugestión, un viejo vagabundo, una niña hada y un pequeño robot. Los tres con sus sueños, sus pesares y sus yoes a cuestas.
Había cierta reverencia real ante el busto que sobresalía de la roca y estaba coronado por una especie de diadema de colores vivos y tonos terrosos. De algún modo ninguno pertenecía a esa cultura que más allá de los ismos había cruzado el espacio y los anales del tiempo perpetuándose de algún modo con reminiscencias de nobleza y conmiseración, pero los tres hasta el pequeño robot con su unidad aritmetica/logica integrada se habían aventurado hasta ese rincón mítico, absurdo y profano que alimentaba la esperanza o las blasfemias de muchos.
El vagabundo posó su mano sobre los labios del rostro, se sentían tibios revelando algo de vida detrás de ellos. Por un momento se sintió indigno de tal majestad y retiró su tosca mano envuelta en un mitón de cuero color terroso, que dejaba ver unos dedos también toscos y con huellas de intemperie.
El pequeño robot dijo algo en una jerga inteligible para sus dos compañeros, éstos asintieron. Entonces los ojos de aquel rostro gigante que brotaba de la estructura metálica que componía un segmento de aquel oscuro rincón de la Nave Madre se abrieron por unos segundos y algún tipo de comprensión indescriptible fue transmitida a cada uno de los tres. Sin mediar palabras los tres hicieron una leve reverencia a la Deidad y retomaron el curso de su viaje con la calma del que encuentra por fin algo anhelado o más bien el que experimenta reencontrarse así mismo.
Gopi Trival
“Al fin lejos de curiosos y presencias molestas” En sus manos descansaba un cubo tetra dimensional producto de artesanos habitantes del “confín del tiempo”, dados a los trucos ópticos y a enigmas/clave: una especie de acertijos lógicos consistentes en rompecabezas de colores a partir de alguna figura geométrica modelada en algún tipo de cristal capaz de cambiar su tonalidad al tacto.
El enigma partía desde la relación de la figura con el universo y la persona que buscaba la clave, pero también estaba ligado a la respuesta que generaba la clave apropiada.
Para ser una chica en una sociedad de hombres, donde se suele imponer el más fuerte. Había logrado establecer no solo un modo de pasar desapercibida, sino que su voluntad y pericia le habían hecho meritoria del respeto de la flota estelar. Pese a eso prefería seguir siendo una paria mientras no tuviera que subordinarse a los caprichos de ningún oficial, y su nave siguiera el rumbo que ella decidiera trazar.
Los símbolos de su traje eran como una especie de anagramas, algunos de protección y otros para la fortuna en el espectro amplio de la palabra.
Un desierto rojo se proyectaba ante y a los lados de ella. Estaba detrás del muro que se suponía protegía a la ciudad de los temidos seres del desierto. Pocos se aventurarían más allá del muro metálico y todavía más pocos sabrían como lograrlo.
Se decía que el muro tenía al menos unos veinte metros de espesor y otros cien de altura, lo que hacía suponer la fuerza y dimensiones de estos seres del desierto. Su CRAB-T4, un pequeño vehículo auxiliar acoplado a su nave, había recorrido gran parte de ese desierto en varias ocasiones con historias dignas de ser contadas. Incluso sabía de la existencia de otra ciudad tallada en roca y por debajo de la superficie que no parecía temer a los seres del desierto ni considerarlos como amenazas.
El objeto en cuestión resulto ser una estrella de seis puntas, cada punta a su vez presentaba seis caras por lo que ésta estaba enclavada en una especie de cubo con hexágonos como caras y esquinas redondeadas.
Hizo una primera tentativa percibiendo algún tipo de patrón cambiante en la coloración de las caras de la estrella. No había sido sencillo dar con esta última. Se vio obligada a cruzar un vórtice donde algunas galaxias parecían estar a punto de colisionar y luego hubo de ubicar una galaxia particular con forma de dragón y dirigirse a un sistema solar ubicada hacía la cola del dragón. Y eso fue solo el principio de una serie de aventuras en la que había salido bien librada y se podía decir que adicionada con algunos nuevos conocimientos y algunas destrezas. Por eso sus ojos color jade brillaban con cierta intensidad cuando contemplaba el objeto entre sus manos y un regocijo invadía todo su ser.
Sabía que había un modo de trasvasar la realidad que imponían sus sentidos y si era posible acceder a una libertad más amplia y luego habitar diferentes mundos sin verse sujeta a sus leyes. Como un espíritu que no está anclado al cuerpo y tampoco depende de él. Amaba su cuerpo actual, era como su pequeño templo, pero la libertad de la que hablaba transcendía las experiencias limitadas a este. Ellas iba en pos de esa libertad.